» » » » » » LOS MINISTROS DE LA PALAVRA

Atos 6.4

Una de las mayores necesidades del Cuerpo de Cristo hoy es la de ministros de la Palabra. ¿Cuál es la clave de un ministerio efectivo? ¿Qué tipo de hombres usa Dios para este servicio? Las figuras de Moisés y Pablo nos ayudan a verlo.
Lectura: Hechos 6:4

En este versículo se sugieren tres grandes temas: a) los ministros ("nosotros"); b) la oración, y c) el ministerio de la palabra.

LOS MINISTROS
La palabra "nosotros" aquí se refiere a los doce apóstoles. Sin embargo, a la luz de Efesios 4:11 tenemos que son también ministros de la Palabra los "profetas", los "evangelistas" y los "maestros".
El ministerio de la palabra tienen un lugar preeminente en la obra de Dios. De ellos depende "el perfeccionamiento de los santos", "la edificación del cuerpo de Cristo", y el que "todos lleguemos a la unidad de la fe y del conocimiento del Hijo de Dios, a un varón perfecto, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo" (Ef. 4:13). Por eso, tal vez la mayor necesidad que tenga en este tiempo el Cuerpo de Cristo sea la de ministros de la Palabra, que le permita alcanzar esa meta propuesta.
Siendo el ministerio de la palabra un servicio tan alto, un ministerio de la más alta dignidad, un oficio divino, no caben aquí los voluntarios, sino sólo los escogidos por Dios para ello. "No me elegisteis vosotros a mí, sino que yo os elegí a vosotros ..." (Jn.15:16a). Nadie puede decidir por sí mismo ser un ministro de la Palabra si Dios no le ha llamado a serlo. La iglesia tampoco puede elegir a quien quisiera que lo fuese. Si el hombre da un paso en este sentido es porque sabe que hay un imperativo de Dios para que lo sea. Si la iglesia reconoce a algunos como ministros de la Palabra, es que tiene el testimonio de la elección de Dios sobre ellos.

El ministro de la Palabra no es meramente un hombre que prepara y que dice sermones. No es simplemente uno que tiene una habilidad especial para leer o para hablar. No es un intelectual prominente, capaz de desarrollar bien las ideas en público. Ni siquiera es uno con una sólida formación teológica. Un verdadero ministro de la Palabra no es tampoco uno que pueda enfrentar con soltura los micrófonos de una radio o las cámaras de la T.V.

Un verdadero ministro de la Palabra es más que eso, porque todas esas cosas son solamente humanas.
Para ser un ministro de la palabra no se requiere ser un iletrado (aunque puede serlo) ni un sabio (aunque puede serlo); no un pescador como Pedro, ni un maestro religioso como Nicodemo, ni uno educado a los pies de Gamaliel. Ni uno de estos es un requisito para ser un ministro de la Palabra. El tenerlos o el no tenerlos no califican ni excluyen a nadie.

Lo que sí importa es que un ministro de la Palabra: a) conozca a Dios de verdad; b) que Dios lo haya escogido para el ministerio (y si es así, tiene los dones necesarios), y c) que haya tenido ciertos tratos con Dios.

Suponiendo que estas dos primeras condiciones usted las cumple, vamos a profundizar un poco en la tercera.

Los tratos de un hombre de Dios
Cuando un hombre conoce a Dios -aparte de todos los hechos espirituales que ocurren en su corazón- se produce el encuentro de dos inteligencias, dos ámbitos de afectos y dos voluntades: la de Dios y la del hombre. Los tratos de Dios con el hombre tienen que ver, entonces, con un forcejeo*, con una lucha entre dos inteligencias, dos fuentes de afecto y dos voluntades.

No es -claro está- una imposición de lo divino en el hombre, no es la anulación, por parte de Dios, de la personalidad del hombre. Es el proceso mediante el cual Dios se va revelando al hombre -a Sí mismo y su voluntad- en la medida que éste colabora con Dios y responde a sus demandas.
Mostrándose y escondiéndose, ofreciendo gozos y permitiendo aflicciones, destruyendo y edificando, podando y añadiendo, es como, al cabo de un cierto tiempo, Dios puede obtener un hombre conforme a su corazón, y cómo el hombre puede llegar a ser útil a Dios.

Para ilustrar los tratos de Dios con los hombres, nos serviremos de dos grandes ministros de la Palabra, uno del Antiguo Pacto (Moisés) y el otro del Nuevo (Pablo).

Moisés
Leeremos dos pasajes para ilustrar esto: "Y fue enseñado Moisés en toda la sabiduría de los egipcios; y era poderoso en sus palabras y obras. Cuando hubo cumplido la edad de cuarenta años, le vino al corazón el visitar a sus hermanos, los hijos de Israel. Y al ver a uno que era maltratado, lo defendió, e hiriendo al egipcio, vengó al oprimido. Pero él pensaba que sus hermanos comprendían que Dios les daría libertad por mano suya; mas ellos no lo habían entendido así." (Hch. 7:22-25). "Por la fe Moisés, hecho ya grande, rehusó llamarse hijo de la hija de Faraón, escogiendo antes de ser maltratado con el pueblo de Dios, que gozar de los deleites temporales del pecado." (Heb. 11:24-25)
En estos pasajes vemos 5 obstáculos en la vida de Moisés, que le impedían servir a Dios:

1. La sabiduría humana. Moisés había sido educado en toda la sabiduría de los egipcios, y era poderoso en palabra y obras. ¡Un hijo de esclavos criado en el palacio real, con los mejores maestros!

2. El espíritu mesiánico. Moisés pensaba que Dios le daría libertad a Israel por medio de él. Él se sabía escogido, y pensaba que sus recursos adquiridos en Egipto le servirían a Dios.

3. La honra y el poder. Moisés era el hijo de la hija de Faraón. Tal cosa era equivalente a pertenecer a la familia real, con todo el rango que eso significaba.

4. Los placeres de la vida. Los deleites del pecado estaban a su alcance, y eran su derecho como príncipe.

5. Las riquezas. Las riquezas del palacio estaban a su disposición para hacer uso de ellas. ¿Qué hay más cerca del corazón del hombre para seducirle, que las riquezas? Moisés las tenía.

Fueron necesarios 40 años de trato con este hombre en Madián para que su corazón fuera limpiado de estas cosas y Dios pudiera usarlo. Todas y cada una de estas cosas eran un impedimento para él, porque ellas le llevaban a confiar en sí mismo y no en Dios.

Al cabo de los 40 años, Moisés no tiene iniciativa alguna, ya no se ofrece para ninguna obra. Ha perdido el espíritu mesiánico, y toda su elocuencia.
Al contrario, cuando Dios le llama desde la zarza ardiente, presenta 5 objeciones, que denotan una "autoestima" muy baja, y un espíritu ya limpio de las cosas anteriores (Éxodo capítulos 3 y 4). He aquí:
1. "¿Quién soy yo para que haga esta obra?".
2. "No sé qué he de decir".
3. "No me creerán.
4. "Soy torpe de lengua".
5. "Envía a otro".

Para cada una de estas objeciones Dios tiene una respuesta. Así: Para la 1ª, Dios dice: "Yo estaré contigo". Para la 2ª, Dios dice: "Así dirás ...". Para la 3ª, "¿Qué tienes en tu mano? ... (un instrumento de poder) Para la 4ª, "¿Quién dio la boca al hombre? (Dios le provee de palabras)". Para la 5ª, vino el enojo de Dios.

El enojo de Dios es conocido por los siervos que Él ha escogido. Un siervo puede argumentar hasta cierto punto, puede negarse hasta cierto punto, pero luego queda claro quién es Dios y quién es sólo hombre. Por eso Pablo decía: "¡Ay de mí si no anunciare el evangelio! Por lo cual, si lo hago de buena voluntad, recompensa tendré; pero si de mala voluntad, la comisión me ha sido encomendada" (1ª Cor.9: 16-17). Así, comprobamos que es Dios el que llama, no el hombre quien se ofrece.

Pablo
"Porque nosotros somos la circuncisión, los que en espíritu servimos a Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús, no teniendo confianza en la carne.
Aunque yo tengo también de qué confiar en la carne. Si alguno piensa que tiene de qué confiar en la carne, yo más: circuncidado al octavo día, del linaje de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo de hebreos; en cuanto a la ley, fariseo; en cuanto a celo, perseguidor de la iglesia; en cuanto a la justicia que es en la ley, irreprensible. Pero cuantas cosas eran para mí ganancia, las he estimado como pérdida por amor de Cristo. Y ciertamente, aun estimo todas las cosas como pérdida por la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura, para ganar a Cristo, y ser hallado en él, no teniendo mi propia justicia, que es por la ley, sino la que es por la fe de Cristo, la justicia que es de Dios por la fe; a fin de conocerle, y el poder de su resurrección, y la participación de sus padecimientos ..." (Filipenses 3:3-10 a).

En este pasaje se señalan dos caminos, dos formas de servicio: a) el servicio a Dios en el espíritu, y b) el servicio "confiando en la carne".

El curículum de Pablo en la carne tenía siete puntos: 1. La circuncisión 2. La raza (Israel) 3. La tribu (Benjamín) 4. Pertenecía a la 'élite' de Israel (Benjamín, en otro tiempo había pertenecido al reino de Judá) 5. Su adscripción religiosa: Fariseo 6. Celoso, perseguidor de la iglesia 7. Irreprensible en la justicia que es en la ley.

En otro tiempo, estas cosas eran para él ganancia, en cambio, ahora las estima como pérdida y basura por amor de Cristo. Hay muchos que destacan este currículum como un motivo de gloria para Pablo, o como si ello hubiese motivado la elección de Dios, pero Pablo nos dice que para él fueron un lastre que tuvo que arrojar.

Moisés nos enseña que hay que renunciar enteramente al mundo y su sistema, sus principios y valores si hemos de servir a Dios. Pablo, por su parte, nos enseña que hemos de renunciar a los sistemas religiosos (¿Había uno mejor que el judaísmo?), aun a los mejores, es decir, a la más alta justicia de la ley, para poder servir a Dios.
El mundo pertenece a la esfera de lo natural, y sabemos que "el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente" (1ª Cor.2:14). La religión y todo su sistema pertenecen a la esfera de la carne, tienen a Dios en sus labios, pero no en su corazón.

Ellos pretenden establecer su propia justicia, no conforme a ciencia. Sólo sirviendo en el Espíritu se puede conocer a Dios y el poder de su resurrección.

Tanto Moisés como Pablo estuvieron en Arabia (Madián está en Arabia; ver tb. Gál.1:17). Moisés y Pablo tuvieron que sacudirse, uno del mundo (Egipto), el otro de la Ley y todo su rígido sistema. Arabia es la escuela del Espíritu. En ambos siervos se puede hablar de un "antes de Arabia" y un "después de Arabia"
Así también ocurre con cada siervo de Dios. Para cada uno hay un Arabia.
¿En qué punto estás usted? ¿Está todavía enredado en las glorias del mundo, como Moisés en Egipto? ¿O está, como Pablo, enredado en las enseñanzas de Gamaliel?

Sirviendo en el Espíritu
Luego, hay otro punto muy relacionado con lo anterior. "Antes de Arabia", un cristiano puede servir a Dios (al menos, así lo cree) en sus fuerzas, en su sabiduría, es decir, en la carne. Luego, "después de Arabia", él ya sabe algunas cosas que lo capacitan para servir a Dios en el espíritu.

Por eso, debemos saber: ¿Cómo estamos sirviendo a Dios? ¿En la carne o en el Espíritu? Aquello con que servimos al Señor y a los hermanos, ¿de dónde procede? ¿De nosotros mismos o del Señor en nosotros? Para asegurarnos de que no proceda de nosotros, debemos experimentar la muerte de nuestras facultades naturales, es decir, aquellas que traemos desde antes de conocer al Señor.

Si en nuestros primeros intentos de servicio fracasamos, fue porque lo hicimos en nuestras fuerzas, en nuestros recursos. Todo verdadero servicio debe proceder de la vida de resurrección. Eso es lo que nos enseña la vara de Aarón. Si nuestra carne se introduce en nuestro servicio, los hermanos se darán cuenta, y el espíritu de ellos rechazará lo que no procede de Cristo.
Uno normalmente experimenta una gran decepción respecto de sí mismo, porque ve que, a menos que esté dispuesto a morir al yo, no podrá servir.

"¿Y mi inteligencia, y mis capacidades tan aplaudidas?" Ellas no nos servirán de nada, a menos que hayan pasado toda una larga noche ante el tabernáculo para luego surgir en resurrección.
"No teniendo confianza en la carne ..." dice Pablo. Del pasaje anteriormente leído podemos darnos cuenta que la carne tiene muchos méritos: tiene hasta celo de Dios y tiene un alto sistema de justicia propia. Sin embargo, hay algo en lo cual falla estrepitosamente: no tiene "la excelencia del conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por amor del cual lo he perdido todo, y lo tengo por basura para ganar a Cristo."

Sin este conocimiento excelente, ¿cómo se le puede amar y, después, servir? Se podrá hacer, tal vez, cierta obra para una cierta agrupación o para un líder determinado, pero no para Dios.
Ahora bien, el tránsito de un servicio en la carne a un servicio en el espíritu implica una pérdida total. Ganar a Cristo implica perder todo mérito de la carne, la justicia que es por la ley. Implica, como hemos dicho metafóricamente, bajar a Arabia.
El único servicio que es acepto por Dios es el que se realiza en el Espíritu. La obra hecha en la carne no resistirá el fuego, porque es hecha con madera, heno y hojarasca. En cambio, la que es hecha en el Espíritu será aprobada en aquel día, porque es oro, plata y piedras preciosas (1ª Cor.3:12-15). Así que, estamos llamados a un servicio espiritual.

LA ORACION

Los discípulos en Getsemaní no pudieron orar una hora, porque andaban en la carne. La carne es débil e impotente para un servicio espiritual. Sólo el espíritu está dispuesto.
Pablo demanda a los efesios que "oren en todo tiempo con toda oración y súplica en el Espíritu, y velando en ello con toda perseverancia y súplica ..." (6:18).
En esto, como en todas las cosas, el Señor Jesús es nuestro mayor ejemplo: "Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba" (Mr.1:35). "Se reunía mucha gente para oírle, y para que les sanase de sus enfermedades, mas él se apartaba a lugares desiertos, y oraba" (Lc.5:16). "En aquellos días él fue al monte a orar, y pasó la noche orando a Dios" (Lc.6:12). "Y Cristo en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído a causa de su temor reverente" (Heb.5:7).

Aquí vemos al Señor orando de madrugada, en lugares desiertos, incesantemente. Este es un ejercicio que hemos de aprender y realizar habitualmente. Esto tiene que ser parte de nuestra vida.

¿Cuál era el motivo de tan insistente oración? La oración no es un fin en sí misma. Nadie debe orar sólo porque es un mandamiento, o porque en la iglesia se enseña.
La oración en el espíritu permite desatar la voluntad de Dios y preparar el terreno para la siembra y para la cosecha espiritual.
En primer lugar, es una batalla contra Satanás, porque Satanás se opone a la voluntad de Dios. El Señor dijo: "Pero si yo por el Espíritu de Dios echo fuera los demonios, ciertamente ha llegado a vosotros el reino de Dios. Porque, ¿cómo puede alguno entrar en la casa del hombre fuerte, y saquear su sus bienes, si primero no le ata? (Mt.12:28-29). El hombre fuerte (Satanás) no se apartará de nosotros si no le alejamos con una oración sostenida diariamente. No dejará de hostigarnos, a menos que le resistamos permanentemente. No será atado e inmovilizado, si no oramos poderosamente en el espíritu.

Ningún fruto espiritual se logra si no hay una oración que lo produzca.


En segundo lugar, en los hombres a quienes queremos alcanzar, hay que destruir fortalezas, derribar argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevar cautivos sus pensamientos a la obediencia a Cristo (2ª Cor.10: 4-5). Hay mucho que está atado en los hombres y que debe ser desatado por la oración. En tal obra no valen los argumentos con los hombres, sino la oración a favor de los hombres.
La oración debe anteceder a la Palabra siempre, y a toda obra espiritual.
En la edificación de la iglesia es fundamental. Las oraciones de Pablo por los efesios, filipenses y colosenses son una muestra clara de cómo la oración del apóstol desencadena crecimiento espiritual y revelación, a fin de que los santos estén "firmes, perfectos y completos en todo lo que Dios quiere" (Col. 4:12 b).

La oración poderosa surge luego de conocer la voluntad de Dios y de ver las necesidades de los hermanos.
Los apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros han de tener sus pensamientos renovados para conocer la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta (Rom.12:2), y también han de llenarse de cargas por las necesidades de la obra y de las iglesias. Cada uno en la esfera de su ministerio.
Conocer la voluntad de Dios para cada iglesia local, y para cada circunstancia, como también conocer las diversas necesidades del pueblo de Dios, son el mejor alimento para la oración en el espíritu.

De estas oraciones surgirán, a la vez, predicaciones ungidas capaces de saciar cada necesidad. La predicación no es un ejercicio homilético: es la respuesta a las necesidades específicas del pueblo de Dios.
Si no tenemos tiempo para orar intensamente delante de Dios, nos veremos en problemas para ministrar delante de los hombres. La oración consigue mayores resultados que cualquier otro tipo de obra espiritual.
Un hermano lo ha dicho muy bien: si un ministro falla en la oración, falla en todo.

LA PALABRA
Asociaremos ahora dos pasajes, uno del Nuevo y otro del Antiguo Testamento, para ver cómo se puede ser un buen ministro de la Palabra.
También veremos cómo se reúnen en el ministro la oración y la Palabra.
"Levantándose muy de mañana, siendo aún muy oscuro, salió y se fue a un lugar desierto, y allí oraba" (Mr. 1:35). "Jehová el Señor me dio lengua de sabios, para saber hablar palabras al cansado; despertará mañana tras mañana, despertará mi oído para que oiga como los sabios. Jehová el Señor me abrió el oído, y yo no fui rebelde, ni me volví atrás" (Is.50:4-5).

Lo primero que ha de hacer un ministro de la Palabra es aprender a oír a Dios y a mirar en su Palabra. Esto implica: frecuencia, es decir, un ejercicio que permanezca en el tiempo; soledad, es decir, la comunión íntima con Dios, y reposo, esto es, ausencia de distracciones y turbaciones.
En estos pasajes tenemos al Señor en los días de su carne.
Por Hebreos 5:7 sabemos que él ofrecía ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas. Su clamor era, entre otras cosas -seguramente-, acerca de cómo hablar y cómo oír. Esto es el ministerio de la Palabra. El Señor oía como los sabios para poder hablar luego como sabio.
Muchos tienen el deseo de hablar de parte de Dios, pero no están dispuestos a tomarse el tiempo para oírle. El oído ha de ser despertado por Dios. Luego, con el ejercicio, podremos distinguir claramente su voz y lo que Él quiere decir a su pueblo.
La Biblia es, objetivamente, la Palabra de Dios. Pero es la Palabra subjetiva de Dios (el 'rhema') lo que determina y desencadena una acción divina, y que tiene un poder creativo y regenerador. No basta conocer el 'logos" de Dios. Tenemos que recibir el 'rhema' para poder decir: "Esto es lo que Dios dice".

Si usted no tiene el 'rhema' de Dios no podrá alentar al cansado. Tiene que llegar a tener la certeza de que Dios le ha hablado y de que es necesario que tal Palabra sea compartida con otros. Esa Palabra arderá en su corazón y será en usted una santa carga que necesitará ser liberada por la predicación, para bendición de muchos.

La belleza de la Palabra
Creemos que el salmo 119 fue muchas veces la oración del Señor Jesús.
Seguramente Él fue el único que vivió en toda su intensidad este precioso salmo. En parte de él dice: "Me anticipé al alba y clamé; esperé en tu palabra. Se anticiparon mis ojos a las vigilias de la noche, para meditar en tus mandatos" (147-148). "Desfallece mi alma por tu salvación, mas espero en tu palabra" (81). "Desfallecieron mis ojos por tu Palabra" (82).

¿Hemos vivido -aunque sea parcialmente- esto? ¿Hemos desfallecido por la Palabra de Dios? ¡Oh, que nos ayude el Señor para vivir la Palabra de Dios y vivir por su Palabra!
¿Cuál es el valor que tiene, entonces, la Palabra para un ministro de la Palabra?
El salmo 119 nos muestra cómo es y cómo llegar a sentir la Palabra el ministro: "Me he gozado en el camino de tus testimonios más que de toda riqueza" (14). "Mejor me es la ley de tu boca que millares de oro y plata" (72); "es más valiosa que el oro muy puro" (127). "Me regocijo en tu palabra como el que halla muchos despojos" (162). "Por heredad he tomado tus testimonios para siempre, porque son el gozo de mi corazón" (111).

"Tus testimonios son mi delicia y mis consejeros" (24); "¡Cuán dulces son a mi paladar tus palabras! Más que la miel a mi boca" (103). Además, la palabra es consejero (24), consuelo (50), es recta (128), es sabiduría para los simples (130), es sumamente pura (140), es verdad (160), es justicia (172).
¿Qué hacía el Señor en sus largos retiros? ¿Qué hacía en sus escapadas matutinas al monte ("mañana tras mañana") sino orar, oír al Padre, e impregnarse de su Palabra? ¿Qué nos conviene a nosotros, los que tenemos este servicio -el más alto y más noble- sino seguir este ejemplo? Sólo entonces podremos predicar mensajes de parte de Dios. Sólo entonces se podrá dejar una huella profunda en el corazón de los oyentes, y no sólo en su mente.

El deber del ministro
En Mateo 24 se mencionan dos tipos diferentes de siervos de Dios: Un siervo "fiel y prudente", y un siervo "malo". Ellos representan dos tipos de ministros de la Palabra. Ambos han sido dejados en la casa de Dios para que sirvan a sus consiervos en la ausencia de su Señor. Su actitud y conducta difiera mucho. De ellos aprenderemos una gran lección.
"¿Quién es, pues, el siervo fiel y prudente, al cual puso su señor sobre su casa para que ñes dé el alimento a tiempo?" (24:45). "Pero si aquel siervo malo dijere en su corazón: Mi señor tarda en venir; y comenzare a golpear a sus consiervos, a un a comer y a beber con los borrachos, vendrá el señor que aquel siervo en día que éste no espera, y a la hora que no sabe, y lo castigará duramente ..." (24:48-51).

El primero se caracteriza por darle el alimento a tiempo a los consiervos.

En tanto, el segundo golpea a sus consiervos y hace fiesta con los borrachos. El primero se preocupa de cumplir la voluntad de su Señor, cual es alimentar a los de casa, hacerlo bien y con diligencia, a tiempo, porque a voluntad de Dios es que su pueblo, sus ovejitas estén bien alimentadas, y para eso Él ha puesto a los ministros de la Palabra. En cambio, el siervo malo, al ver que el Señor se tarda, pierde el temor y comienza a golpear a sus consiervos. Él toma la Palabra de Dios y la usa no como lo que es -alimento- sino como una vara para golpear. A él no el preocupa alimentar, alentar o consular, sino ejercer autoridad sobre sus consiervos. No sé si usted ha podido ver con cuánta frecuencia se suele hacer esto en medio del pueblo de Dios. Cuántas ovejas quedan heridas, lastimadas, por efecto de verdaderas golpizas realizadas en el colmo de su celo (pero no el de Dios), por ministros como este siervo. Usted ha podido ver también, en cambio, cómo el genuino ministerio de la palabra puede saciar la sed y alimentar eficazmente al pueblo de Dios.

¿Tiene usted este llamamiento?
¿Tiene usted este llamamiento? ¿Tiene usted en su corazón una llama que no puede ser apagada? Al mirar este tema hemos querido reivindicar el ministerio de la Palabra, y ayudar a quienes tienen esta sagrada vocación.

Puede ser que lo tenga usted claro desde hace mucho tiempo, y que ha estado sufriendo en su corazón porque no ha tenido suficientes oportunidades para cultivar este servicio. O bien puede ser que recién en este momento usted sienta que el Señor le está llamando para servir la Palabra a otros.

Sea como fuere, este es el día para que responda afirmativamente a esta vocación santa, a este llamamiento divino, y juntos nos dispongamos para el Señor, para aprender juntos, orar juntos, y ejercitarnos en este ministerio para la gloria de Dios.

Amén

Sobre Unknown

Edilson Pereira é pregador do Evangelho há 20 anos, tendo ministrado a Palavra de Deus em vários estados do Brasil. O mesmo é Professor de EBD, Escritor e Blogueiro.
«
Next
Postagem mais recente
»
Previous
Postagem mais antiga

Nenhum comentário:

Deixe seu comentário abaixo:

Esclarecimento público:

Esclarecemos a todos os leitores que o SERMONÁRIO DIGITAL publica textos e diversos estudos de diversos autores com base na Bíblia Sagrada, assim todos os textos aqui publicados almejam única e exclusivamente o conhecimento bíblico.

Destacamos que quaisquer citações ao Antigo ou Velho Testamentos não podem ser interpretadas no sentido literal e sim analisadas num contexto muito mais amplo, tanto do ponto de vista histórico como religioso, portanto o SERMONÁRIO DIGITAL não fomenta e não incentiva a prática de nenhum tipo de descriminação religiosa, sendo assim não incentivamos nenhum tipo de agressão à pessoas que professem sua fé de modo diferente, analisamos exclusivamente doutrinas e não pessoas, ou seja, valorizamos a união na diversidade de opiniões pois acreditamos que o verdadeiro cristianismo é solidamente baseado no amor.

O objetivo deste site é a divulgação de esboços e estudos bíblicos elaborados conforme a opinião de cada autor, e nenhum texto reflete obrigatoriamente a opinião de seus responsáveis.